sábado, 24 de julio de 2010

Historia de un naranjo



Hace ya un par de años, comentaba que disfrutaba controlando a un naranjo, “su naranjo”. Estaba frente a su ventana, y disfrutaba en ese dulce tiempo de espera, los días anteriores a la Cuaresma y por supuesto esos cuarenta días que anticipan la Semana Santa, viéndolo crecer, esperando que se cuajara de azahar y anunciara con su perfume que era hora de ir sacando las túnicas.
A mí me hizo mucha gracia este detalle, pero no le dije nada. Conocía a su naranjo. Conocía y conozco, pues ahí sigue el arbolito, resistiendo el verano hasta que llegue la primavera y su tiempo de esplendor.
Curiosamente su casa tiene una connotación muy cofrade para mí. Además de porque en el piso de arriba esté la modista que me hizo el vestido de mantilla, en un local bajo de su edificio se encuentra uno de los zapateros más duchos que tendrá esta ciudad. Las vísperas son un tiempo de preparación, y por ello, son frecuentes visitas al zapatero, tapas nuevas, corte de algún tacón para asegurar comodidad en el trasiego cofrade, hebillas para los nazarenos o acólitos… Y en una de tantas visitas por sus dominios me traje conmigo un retrato del naranjo en cuestión. Un instante mundano a los ojos de cualquiera, un segundo de primavera congelado, un pregón que anuncia lo que vendrá, versos y delicada prosa en ramas y hojas, sueños y anhelos de mañanas de sol y globos con la Paz en el Parque, y noches con el eco de Amarguras, anticipos de esplendorosos Martes Santo, Viernes de recogimiento… Porque a veces dan ganas de parecerse a algún chovinista y decir “Esto es Sevilla”, porque en Sevilla pasan estas cosas, y un naranjo de barrio es capaz de contar y trasmitir todo esto, con el simple hecho de estar ahí parado haciendo su fotosíntesis.

Hoy, el vigilante del naranjo cumple capicúamente los 44. Le quedan aún muchas Cuaresmas esperando el estallido del azahar, le faltan aún muchas tardes de Martes Santo, Madrugás de café en vaso de corcho, Sábados Soleanos, y lo más importante, le queda aún la llegada de ella, a la que tendrá que enseñarle lo que es una revirá, lo que significa el pelícano del Amor, y a la que yo espero poder enseñarle algo, como pedir caramelos o mejor aún, cera.

Felicidades señor Andréu, y felicidades por todo lo que aún está por venir.

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